Para mi madre

Photo by Anne Geddes

Nueve meses flotando en un liquido tibio (eso dicen, qué lástima no acordarse) sin separarnos tú y yo ni un momentito…tan felices las dos. Alguna patadilla de vez en cuando por mi parte, lo normal…pero tan felices las dos.

Y un día, de repente, nací. Bueno, de repente no, que lo suyo nos costó a las dos. Pero el caso es que nací, y tú fuiste, entonces, mi heroína. Lo que decías siempre estaba bien. Lo que hacías era lo mejor. Nunca te equivocabas. Eras perfecta.

Hasta que empecé a crecer .Poco a poco, sin querer, sin darme cuenta, la adolescencia te convirtió en un ser lejano, incomprensivo, inquisitorio. Te quería, claro. Pero a veces te hubiera matado.

Hasta que de nuevo, poco a poco, empecé a verte como eres: humana. Atenta siempre a mis necesidades, intentando no excederte con la protección ni dejarme desamparada a mi suerte.

Denegando aquello que sabías, por experiencia, peligroso, dañino, aún sabiendo que lo más fácil hubiera sido dejarme golpear...y accediendo a aquello que sabías doloroso, pero necesario para que yo encontrara mi lugar, aun sabiendo que lo que hubieras querido es alejarme de ahí.

A veces, mirando de lejos, aunque a mi siempre me pareciera demasiado cerca, respetando mi propio ser y mi intimidad, a pesar de las ganas de conocer todos mis secretos.
Y otras veces, a mi lado, apoyándome, animándome, auque yo te sintiera tan lejos.
Aguantando mis desplantes con paciencia infinita, porque aunque yo no lo creyera entonces, comprendías mi necesidad de espacio, de abrir las alas para aprender a volar sola.

Mi madre, con tus errores, con tus aciertos. Ni la heroína perfecta de mi niñez ni la caricatura de mis quince años. Humana. Una gran persona, una gran mujer. Mi madre.